sábado, 3 de enero de 2009

De hablarle a la soledad de José Larralde

Tirando a negra la boca de tanto pitar del fuerte,
y un pálido de tristeza, la piel por detrás de un siete,
al fin de la carretilla, la patilla como un tajo,
remembrando su calibre, de taura venido abajo.
siempre solo se lo vió, sin postura y aspaviento,
y en toda la cancha copó, lo que otro perdió por lento.

Cuando el tinto le llegaba, solía ponerse a cantar,
cosas que venían de adentro y que obligaban a escuchar.
Alguna vez me contaba que allá en el "42",
supo andar entreverao y empriestándose de amor,
supo tener un cariño, como naides lo cuidó,
pero ahí terminaba el cuento, nunca me lo completó.

Otras veces con recelo, se arrimaba al mostrador,
y entre las mangas del saco, pedía un vino, por favor.
Todo el pago conocía sus mentas de tomador,
y en medio e la gritería, el jamás alzó la voz.
Solían decirle de apodo, el triste o el cabezón,
uno le nació de solo, el otro por la razón.

Yo conocí sus guaridas, en medio de un pajonal.
Rancho bajito de adobe, y blanco pintao de cal.
Tomador de mate amargo, y gaucho como el que más.
Corazón envejecido, de hablarle a la soledad.
Solían decirle de apodo, el triste o el cabezón,
uno le nació de solo, el otro por la razón.
Lo demás murió en la historia, pa bien o mal, qué se yo.

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