sábado, 3 de enero de 2009

Cosas que pasan de Victor Abel Gimenez

Nadie salió a despedirme cuando me fui de la estancia,
solamente el ovejero, un perro, cosas que pasan.
El asunto, una zoncera, un simple cambio e palabras,
y el olvido de un mocoso, del que puedo ser su tata.
Y yo que no aguanto pulgas, a pesar de mi inorancia,
ya no más pedí las cuentas, sin importarme de nada.
No hubiera pasado ésto, si el padre no se marchara,
pero los patrones mueren, y después los hijos mandan.
Y hasta parece mentira, pero es cosa señalada,
que de una sangre pareja, salga la cría cambiada.

Los treinta años al servicio, pal mozo no fueron nada,
se olvidó mil cosas buenas, por una que salió mala.
Yo me había aquerenciao, nunca conocí otra casa,
que apegao a las costumbres, me hallaba en aquella estancia.
Si hasta parece mentira, mocoso sin sombra e barba,
que de guricito andaba, prendido de mis bombachas.
Por él le quité a unos teros, dos pichoncitos. Malaya!,
y otra vez, nunca había bajao un nido, y por él gatié las ramas.
Cuando ya se hizo muchacho, yo le amansé el Malacara,
y se lo entregué de riendas, pa que él sólo lo enfrenara.
Tenía un lazo trenzao, que gané en una domada,
pal santo se lo osequié, ya que siempre lo admiraba.
Y la única vez que el patrón me pegó una levantada,
fue por cargarme las culpas, que a él le hubieran sido caras.
Zonceras, cosas del campo, la tranquera mal cerrada,
y el terneraje del plantel, que se sale de las casas,
y eso, pal finao patrón, era cosa delicada.

Y bueno, pa que acordarme de una época pasada,
me dije pa mis adentros, todo eso no vale nada.
Sin mirarnos, arreglamos, metí en el cinto la plata,
le estiré pa despedirme mi mano, pa que apretara,
y me la dejó tendida, cosa que yo no esperaba.
Porque ese mozo no sabe, si un día de hacerle falta...
Tranqueando me fui haste el catre, alcé un atao que dejara,
y me rumbié pal palenque, echándome atrás el ala,
ensillé, gané el camino, pegué la última mirada
al monte, al galpón, los bretes, el molino, las aguadas.
De arriba abrí la tranquera, eché el pañuelo a la espalda,
por costumbre, prendí un negro, talonié mi moro Pampa,
y ya me largué al galope, chiflando como si nada.
Nadie salió a despedirme cuando me fui de la estancia,
solamente el ovejero, un perro, cosas que pasan...

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